Vivir en la frontera sur

de la capital de Colombia



Bogotá es una ciudad dividida. Existe la Bogotá del norte, pomposa en su mayoría. Identificarla no es complejo, basta con estar en el centro de la urbe y trasegar por las avenidas que conducen a esa parte del territorio, y notar cómo se va embelleciendo entre arquitecturas viejas y modernas de barrios extensos de estratos medios y altos. En ese degradé urbano existe la Bogotá del sur, que recorrida desde el centro se va haciendo marginal en la medida en la que se avanza.

Cuando se llega al fin del sur, en el límite de la capital, se encuentran barrios rurales, pobres, olvidados. Entre ellos están Guabal y Verbenal, pertenecientes a la localidad de Ciudad Bolívar. La mayoría de sus habitantes viven del rebusque, son recicladores o vendedores ambulantes; otros son empleados y empleadas de aseo. Según la última Encuesta Multipropósito de Bogotá (2017), "el estrato predominante en la localidad es el 1, con 54,6% de las viviendas encuestadas, seguido por el estrato 2 con 39,6%, y el estrato 0 con 0,07%; con estas cifras Ciudad Bolívar es la localidad con la mayor cantidad de hogares de estrato 1 de la ciudad"

Allí no abunda la comida, pero sí los fuertes vientos que hacen tambalear los postes, y que golpean con furia las paredes de las humildes casas. Los perros callejeros desafían los constantes ventarrones mientras rebuscan en un lote que funciona como vertedero de basura algo de comida. Ese lote es un foco de contaminación que pone en riesgo la salud de quienes habitan este borde de la ciudad.

“Mauricio Díaz, doña Cristina, Esperanza González, Fanny Giraldo, doña Carmen Elisa, don Sinaí, entre ellos se empezó a fundar el barrio Verbenal”, dice inflando el pecho William Hernández Aguirre, líder comunitario del sector, pero anota de forma contundente que: “Los que metimos la cabeza acá fueron Mauricio Díaz y mi persona”. Y es que Don William, como es conocido popularmente en la comunidad, llegó hace 30 años, con su esposa y con la maleta repleta de incertidumbre, a fundar una comunidad que se acostumbró a pelear por lo que en la Bogotá del norte no se extraña y se da por sentado: los servicios públicos y la legitimidad del barrio, que empezaría –con suerte– a ser un hecho con “una firmita” dice él, de la alcaldesa Claudia López, al menos, “para poder entrar siquiera en el Plan de Ordenamiento Territorial”, pues solo el 70% del barrio aparece en el mapa de Bogotá.

El otro 30% del barrio todos los días se sigue construyendo, pues Verbenal y Guabal son comunidades en expansión, en donde terminan los desplazados que escupen las distintas violencias de Colombia, y también las latinoamericanas, pues, desde que se agudizó la crisis económica en Venezuela, quienes están llegando a construir casas –algunas en madera y otras en zinc– se escuchan en las calles destapadas de estos barrios llamando “carajito” a sus hijos y “chamo” a sus amigos.

El principal problema de esta olvidada zona, explica William, es el alcantarillado, pues Guabal y Verbenal están empotrados en una ladera donde los improvisados canales de aguas negras bajan sin control a las casas del barrio El Paraíso, que, por los olores que emana el turbio líquido, no es difícil suponer que dejó de ser paraíso hace mucho tiempo.

Ser líder comunitario en estas zonas es peligroso. “Tengo un balazo en una pierna. Me han mandado a coger a cuchillo. Entre personas me han hecho gavilla (acorralar) para pegarme a la salida de mi casa”, narra Alba Rocío Riaño, vicepresidenta de la Junta de Acción Comunal del barrio Verbenal, una mujer, como muchas del sector, desplazada por la violencia: “Dejamos todo atrás, la guerrilla nos desplazó, nos quitaron nuestras tierritas, mataron a mi esposo, yo quedé viuda con mis 3 hijas. Nos volamos”.

Han pasado 25 años desde su huida, de los cuales 16 se la ha pasado “peleando”, dice ella, “para que nos hagan el favor y nos legalicen los servicios públicos”, pues el agua llega cada ocho días a través de una motobomba. A algunos habitantes les llega los jueves, a otros los domingos, depende del sector al que pertenezca; pero también depende de que la motobomba no sea robada, como ya les ha ocurrido.

A William también lo han atacado. Cuando logró que el Sistema Integrado de Transporte Público llegara a Guabal y Verbenal le propinaron seis tiros, pues quienes manejaban el monopolio del transporte en esos barrios no les gustó que la competencia llegara con buses azules y tarjetas verdes a quitarles el negocio, asegura el líder comunitario.

Pero no solo la carencia de agua potable y alcantarillado son los problemas de esta frontera sur. Las viviendas que dan vida a un paisaje pobre son improvisadas construcciones hechas de ladrillo, otras de madera, zinc, latas y lonas, sin ningún tipo de seguridad arquitectónica. También se han construido otras a través de organizaciones como TECHO que apoya a familias que viven en situación de pobreza, a través de la construcción de viviendas de emergencia.

Gloria Hernández llegó hace 20 años al Guabal, huyendo de la violencia del barrio Altos de la Florida, ubicado en el municipio de Soacha, pues sus tres hijos habían sido amenazados de muerte. Con ayuda de TECHO obtuvo una sencilla casa, la que toda su vida soñó, lo que ella llama: “Su bendición” porque antes, relata con dolor, “yo fui una mamá que le tocó dormir en cartones, en el piso con mis tres hijos”.

En respuesta a un cuestionario enviado por la UIP a Xinia Rocío Navarro Prada, secretaria de Integración Social de Bogotá, la funcionaria indica que: “En 15 años la ciudad logró sacar a más de un millón de personas de la pobreza, logrando que en 2018 más del 50% de la ciudad estuviera clasificada como clase media. Sin embargo (...) entre 2018 y 2019 se vio un repunte de la pobreza multidimensional de 3 puntos porcentuales (más del 60%)”. A esto se suma la caída del empleo por cuenta de la crisis que genera la pandemia. El panorama es desalentador.

Mientras tanto en las comunidades de Guabal y Verbenal se aguanta y se sigue batallando con las condiciones de una pandemia que agudizó los problemas de estas comunidades que, en los límites, se sostiene en píe haciendo lo que mejor sabe hacer: sobrevivir.





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